Por Claudia Flores Instagram: @clauuflores_ En Puquio Santo, al rededor del escalofriante río Matagente- que fusionaba con el mar y formaba una laguna- habían acogedoras casas de adobe con cultivos de algodón, maíz y naranjo. Era una zona en la que en el día los alumbraba el sol y en la noche los alumbraba el fuego, la luna o lamparines de kerosene; una zona en la que el pozo era su mejor aliado para bañarse, cocinar y lavar. Las noches de luna siempre les favorecía, pues resplandecía la cena de los descendientes de los esclavos africanos. Pero un día entre tinieblas y sombras, escucharon al río gritar: todos tuvieron que correr lo más lejos que podían. Mientras el río devoraba ferozmente Puquio Santo, la familia de Mónica Carrillo se escapaba, dejando su comida; su trabajo; su hogar. No era la primera vez que tenían que huir, su descendencia africana ha estado constantemente silenciada. Pero, desde ese día, Mónica devuelve la voz a su comunidad. En toda su infancia, Mónica Carrillo ha vivido en Chincha, iba a Puquio Santo con la familia de su madre y El Carmen con la familia de su padre. Las memorias de aquella ciudad del río Matagente la transportan cuando escuchaba la voz de su madre entonando valses clásicos mientras lavaba la ropa en el pozo del pueblo. El sentimiento africano de ese pequeño y acogedor pueblo son inherentes a ella. En tono melancólico contaba que una de sus amiguitas murió ahogada por jugar cerca al río, luchó por su vida, se adhirió al tronco de un árbol, pero el agua la acogió. Su abundante cabellera negra azabache rizada que lucía desde que nació, invita a los recuerdos del pueblo de su padre: El Carmen. Aquel pueblo ubicado a unos 200 km al sur de Lima, era sinónimo de culturas artísticas, era una zona que denotaba música, baile y tradición afroperuana. El lugar que más incursionaba y curioseaba era La Hacienda San José: corría por los cuartos en la que sus ancestros habían sido torturados como animales. “Siempre me contaban las historias de cómo era la vida en esos túneles. Me imaginaba cómo era la vida de mi gente y de mis abuelos, porque eso pasaba cuando mi papá era niño”, cuenta Mónica. Al pasar los cortos años, Mónica solo transitaba esos pueblos, ya que sus padres decidieron mudarse a Lima, en el distrito de San Martín de Porres, que se caracterizaba por oleadas de violencia y delincuencia. El que no vivía en San Martín, podría hasta marearse o vomitar por el fuerte olor que esparcían las fábricas: Pinturas Fast y Aceite Girasol. Un aroma a pescado que para la gente que vivía allí, era normal. “Recuerdo que era una zona que a penas salía a la esquina de mi casa encontraba a alguien drogándose con pasta básica de cocaína. También tenían esos tragos de colores que los alcohólicos mezclaban”, expresa su niña interior de ojos redondos y brillosos. En una tierna mañana, las dulces niñas de seis años con trencitas que adornaban sus cabezas, y con los listones blancos que embellecían su pelo afro, Mónica y Sofía, su hermana, caminaban diez cuadras agarradas de la mano hacia su colegio 3027 Coronel José Balta. Los labios de Mónica se mueven con lentitud mientras decía “Ha sido una de las peores épocas de mi vida. No tengo memoria en la que diga que haya sido positiva, porque el bullying era una cosa de todos los días”, ya que Iván García, su profesor de historia, siempre las señalaba como esclavas y las comparaban. Mientras que, sus compañeros de clase, en la hora del recreo, formaban un círculo grande y en el medio estaban las pequeñas Carrillo: unos gritaban “ ella es más negra que la otra; otros decían “no, la otra es más negra” y, a la vez, eran intimidadas por manos poco inocentes. Su vestidito rosado con una camisita blanquita eran testigos de cómo sus dos trencitas terminaron dándoles un dolor de cabeza. El director del colegio y una profesora eran sus únicas salvavidas. Acercamiento al amor y su alma máter Mónica siempre sintió el sufrimiento a flor de piel, eso la llevó a querer ser misionera. Quería encontrar la manera de servir a la gente. Con todas sus experiencias fue construyendo desde niña su voluntad de ayudar a quienes se sentían como ella, o peor. Fue misionera de los jesuitas, que la llevaron a Huaycán. Estuvo como profesora para enseñar lectoescritura a niños que eran hijos de inmigrantes quechuas que habían huido por el conflicto armado interno. También fue misionera de Madre Teresa de Calcuta y tuvo una misión en Tacora, uno de los barrios más hediondos por la cantidad de basura que habitaba; fue al Hogar de la Paz, donde habían niños que nadie los quería por sus condiciones físicas o mentales. Se encontró con ese lado de la prueba del amor. “Una vez había llegado del hospital de chincha un bebé de 8 meses que era ciego sordo y mudo, sus papás lo habían abandonado. Pero cuando tú lo agarrabas, te sonreía y estiraba sus manitos. Ahí te dabas cuenta de lo que es importante. Esas experiencias me marcaron mucho”, añora Mónica. Esas vivencias le dieron la capacidad de transmitir amor a quienes no lo conocían. Postuló para Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos e ingresó. Estaba ansiosa por su primer día, pero en la puerta de ingreso, ubicada en la avenida Venezuela, el vigilante la insultó. Entre distintos pabellones estaba en camino a Jirón de la Unión y desde la facultad de Derecho la ofendían. Pero, dejando de lado la parte malvada de la universidad, lo que le reconfortaba era que se relacionaba con personas de diferentes estratos sociales, eran personas que tenían mucho empeño por aprender; personas con carencias; personas que venían desde la sierra, selva, de pueblos olvidados, así como su pueblo de Puquio Santo. “La universidad es la vida, es lo que tienes como capacidad. Las influencias y es ser como una esponja por todo lo que aprendes. Fue uno de los mejores momentos de mi vida”, expresa Mónica. La ideología izquierdista y socialista siempre estaban en las conversaciones de los estudiantes y asistir a marchas era algo cotidiano, como ir a socializar en el gran comedor universitario. Una de las marchas que la tiene grabada en su antigua cámara, fue la de los Cuatro Suyos, ya que en medio de enfrentamientos, capturó el momento en el que a un chico le cayó un petardo en el ojo. De la foto aún sobresale la gran cantidad de sangre de aquel ojo dañado. ORU Desde muy pequeñas, las hermanas Carrillo, recitaban a toda voz potente, memorizaban párrafos y líneas de grandes poetas peruanos. De esa manera se ganaban el respeto frente a sus compañeros y profesores. “Mi mamá nos enseñaba rigurosamente la poesía. Por ejemplo: mañana es el día de la patria y mamá nos daba un poema de diez párrafos y de diez líneas y nos hacía memorizar todo. Siempre nos decía: ustedes tienen que expresar lo que sienten cuando hablan, tienen que conectarse con el público, tienes que comunicar ese sentimiento”, indica Mónica, mientras su rostro formaba una leve sonrisa. La poesía las transportaba a una vida soñada: una vida en la que podían ser escuchadas. Mónica decidió que para escribir y recitar su poesía tenía que pensar en un nombre. Un día en su universidad encontró un libro que contaba la historia de Cuba y apareció ORU, un prefijo en Yoruba,- una de las primeras lenguas africanas en ser codificada en una gramática en el siglo XIX- que significa el comienzo, o la mañana. Desde ese día, a su nombre le añadió ORU, acompañado de pintura color ocre. Con su prefijo y la pintura, ella podía expresarse como ella quería. “Me pinto el cuerpo, porque es lo que no puedo decir en mi otro lado de la vida, como poeta nadie me puede juzgar, ni criticar”, señaló. Mónica no tiene una rutina para escribir. Las ideas surgen en cualquier momento: escucha lo que le dice su mente, el único lugar en el que respira libertad. LUNDU: la nueva generación que lucha contra el racismo Su viaje a Sudáfrica marcó su vida profesional, ya que fue coordinadora de organizaciones que luchaban contra el racismo en la ONU. En marzo del 2001, con un grupo de jóvenes nace la idea de Lundu. Se reunieron y buscaron en el glosario de Afronegrismos de Fernando Ortiz, allí encontraron la palabra “Lundu” que significa sucesor o nueva generación. Después de cinco años de fundada la organización, se percataron que el insulto racista seguía impregnado en la sociedad. Las personas no creían lo que sucedía, los tildaban de exagerados. Así que para demostrar que estas humillaciones seguían en pie, pensaron: qué mejor que demostrar lo que está documentado y decidieron hacer recortes de periódicos que insultaban a los afros. Debido a ello, reformaron el Código Penal de lo que era un insulto racista, fue un proceso que enfrentó el equipo de Lundu. “Siento que el observatorio directamente que hicimos, generó un impacto en los medios de ocmunciación, ya que repercutía en el día a día de la gente. Todo eso se sumó para iniciar una demanda contra el Negro Mama”. El personaje del Negro Mama era un hombre con color de piel negro, rulos, ojos grandes, labios extremadamente gruesos y siempre estaba cabizbajo. En todos los programas actuaba como tonto, que no era capaz de ser intelectual, una persona que robaba, pero que ni eso sabía hacer bien. Tras doce años en la televisión peruana, era muy solicitado por las familias. Pero era un martirio para los afroperuanos. Maribel Arrelucea, historiadora especializada en dicha cultura, señala que cuando se instaló la teoría racial, se consideró a todos negros sin posibilidades de ascenso social. Es más, después de la abolición de la esclavitud empezó un proceso de criminalización de los afrodescendientes, el estereotipo de que toda persona de piel oscura es delincuente; un pensamiento que todavía algunos sostienen, lo cual impide que seamos una sociedad democrática en la que todos nos sintamos iguales. Las 11,000 ediciones de medios de comunicación que ofendían a la cultura afroperuana, fueron de ayuda para acabar con el programa admirado por grandes y pequeños. Todo el año y medio, esta denuncia generó una histeria racial limeña. “El proceso duró varios años. La gente me insultaba en la calle y me decía: por tu culpa ya no tenemos al Negro Mama. Además, creo que todo afroperuano ha sufrido ese insulto. Por ejemplo, salía el sketch el domingo y el lunes ya en el colegio te estaban insultando”. Leónor Pérez Durando, periodista afroperuana, indica que sin las organizaciones como Lundu, nunca se hubiera combatido estos actos de discriminación, ya que siempre habían personas que atacaban a la comunidad por su color de piel. Además, no empoderaba a los afroperuanos, no los hacía sentirse parte de la comunidad. “Quién quiere pertenecer a un grupo vilipendiado, nadie. Nosotros necesitamos que sobresalgan nuestros representantes”. El juicio fue ganado por Lundu, todo el equipo estaba feliz por el exorbitante cambio que hicieron para que no minimicen a su comunidad. Pero Mónica, como fundadora, ganó rivales. A partir de ahí tenía que cuidar su espalda, su vida. “Cuando estás en una situacion de violencia, necesitas defenderte con más violencia, porque no te vas a defender poniendo la otra mejilla. Ha habido otros casos en la que los pacifistas han sido asesinados y fue porque no se defendieron con violencia”, señala la activista Carrillo, desde su casa en Brooklyn. Arrelucea, manifiesta que el racismo actúa en combinación con otras manifestaciones de discriminación, de allí su complejidad. “El país necesita leyes claras y efectivas, pero también es urgente una historia nacional inclusiva, de orgullo por nuestras múltiples comunidades. Debemos educar bajo el enfoque de la ciudadanía multicultural. Otro aspecto es fijar sitios de memoria a la esclavitud como Zaña, que acaba de ser declarada Sitio de la Memoria de la Esclavitud por la Unesco”. La esperanza de que otros países de afrodescendientes, sigan el camino para que la población sepa que hubo sitios donde el ser humano fue reducido a una cosa y, que eso no puede repetirse. Tras tantas amenazas, intentos de atropellos y quizá un secuestro, tuvo que huir del país. Nueva York la esperaba con los brazos abiertos para poder ayudarla en su tratamiento psicológico. Estuvo con problemas mentales, cualquier cosa relacionada al Perú le daba un vaivén de sentimientos y pensamientos. Poco a poco fue superándolo con ayuda de sus amigos afrodescendientes de Nueva York. Trabajó en el Museo Queens, ubicado en Nueva York y fue la primera sede de la ONU (llamado entonces Asamblea de Naciones) y de las Ferias Mundiales. Tuvo la dicha de apoyar a familias inmigrantes con niños de habilidades diferentes. También formó el colectivo BordeAndo para recuperar el tejido y bordado tradicional colocándolo en espacios públicos y organizó el festival Corónate que le permitió conocer a maravillosos artistas y educadores que tomaron Corona Plaza en Queens como su nueva casa. Con todas las actividades que realizó en Nueva York, ayudó a cicatrizar las palabras y acciones de los peruanos. Nueva York, su nuevo hogar
Lleva luchando por su vida y sus pensamientos, 42 años. En los que aprendió lo que es el amor y que no quiere que nadie se sienta como ella cuando era niña, no quiere que los niños afrodescendientes se sientan solos o sientan que no pueden ser doctores, intelectuales, etc. A veces se siente afortunada: ella pudo salir del olvido del Estado y de la sociedad. Pero hay quienes no acceden a una educacion razonable, no tienen sistemas de salud, y, a parte de eso, la sociedad que a veces con sus palabras de odio, se transportan a la época de cuando eran esclavizados. La dulce niña de vestidito rosa continúa ayudando en Perú, tanto en Lundu, como en Limalee, en conferencias virtuales y todo lo que tenga que ver con la lucha contra el racismo. También fue directora Regional de Latinoamérica de la organización filantrópica Thousand Currents que apoya a movimientos sociales y campesinos que luchan por la justicia climática, soberanía alimentaria y economías alternativas. Pero nunca dejó de lado la poesía, la música y su misión de vida para ayudar a su comunidad de afrodescendientes. Detrás del color de su piel, está ORU, están sus representaciones artísticas, y, detrás de todo eso está su historia con dolores. Ella añora que su comunidad tenga el derecho y oportunidad de ser felices, y no que sea vista como un color, sino como seres humanos. La risueña niña que caminaba de la mano con su hermanita para protegerse de las calles de San San Martín de Porres, ahora camina tenazmente por las calles de New York. Por Leonardo Ledesma W. Instagram: @leonardo_ledesma_watson La primera infancia II En 1959, muy lejos de aquí, un hombre se hizo negro. El escritor Johan Howard Griffin se sometió a diferentes tratamientos para oscurecer su piel, volverse afroamericano e irse a pasar un tiempo a Misisipi, Luisiana, Alabama y Georgia, estados sureños donde, según el autor de Negro como yo, estaba advertido de no mirar a las mujeres blancas, imposibilitado de entrar a ciertos lugares públicos y de tomar autobuses. En el Perú, cuarenta años más tarde, yo estoy en primaria y espero que sea mi viejo quien me recoja del colegio y no mi madre porque él es blanco y ella es negra. En aquella época leo las caricaturas de Bugs Bunny y el Pato Lucas, las historias de Elmer Gruñón persiguiendo escopeta en mano a un conejo cuyo mayor objetivo en la vida es sacarlo de quicio, la Biblia para niños, cuentos de los hermanos Grimm en ediciones resumidas y populares, fragmentos de obras clásicas con pequeños dibujos referenciales –La Odisea, El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, Drácula, etc.- entre otras cosas. Todos ilustrados, claro. No hay manera de no aprender que el mundo se cuenta en fábulas. Así entendemos lo importante y, a la vez, lo evidente. Por mi parte, yo aprendo otra cosa que no puedo explicar y que para todos nosotros es normal: el negro es invisible. De todos los personajes humanos de allí que están dibujados, ninguno se parece a mí. No se parecen a la mayor parte del salón, por supuesto, pero solo en mí se percibe una diferencia notoria. Tengo un par de años en el colegio. Es una escuela pequeña, parroquial, solo de primaria, donde se imparten los cursos tradicionales, donde las profesoras son casi todas mujeres con excepción del de Educación Física, del de premilitar y del cura que oficia la misa todos los martes por la mañana. Ya conozco cuál es la dinámica. Me he adaptado y he aprovechado mis habilidades físicas para destacar en los deportes y caerle bien a los adultos que gustan de ellos y que son casi todos. También me he dado cuenta de que le doy bien a la clase de arte porque puedo reproducir obras clásicas con un lápiz. Eso le gusta a la gente. Es gracioso, es curioso, pero no es importante. Las matemáticas se me dan a medias. El inglés igual. En Lenguaje me va mejor, pero tampoco tanto. Soy un alumno con notas altas en Conducta. La flojera y la desidia por el laberíntico momento en el cambio de horas entre un curso y otro juegan un rol crucial a mi favor. Ese es más o menos el orden de todo. De nuevo estoy allí, de pie, en medio de un patio donde confluyen los alumnos de todos los grados a la hora de recreo. Los juegos son los de la época: policías y ladrones, chapadas y Tiburón, una variante donde imaginamos a un escualo que nos persigue y del cual debemos protegernos en una escalera en donde no se puede permanecer más de dos minutos. Se baja al océano, se corre, se evita al animal –interpretado casi siempre por el niño más revoltoso y pleitista del salón, Luis- y luego vuelve uno a ponerse a salvo nuevamente en las escaleras. El juego es popular y lo jugamos solo los hombres porque es brusco y nadie se quiere comprar el pleito de romperle la falda a una de las chicas o de hacerle daño. Yo soy rápido, muy rápido. Corro de un lado a otro y nunca me cogen. Luis atrapa a casi todos pero nunca a mí. Me persigue sin éxito y se frustra. Se frustra tanto que se saca la camisa del pantalón y se le logra ver una gota de sudor en la frente mientras se le humedece el cabello encima de las orejas. Todos me hacen barra. No falta mucho para el fin del recreo y estoy por ganar. Luis se frustra más incluso y, en una de esas, me barre las piernas (movimiento prohibido) y me tumba al suelo. Los otros chicos se ríen pero saben que eso no es jugar limpio. Me pongo de pie y me atrapa. Pierdo el juego y Luis se va riendo hacia un costado. Se queda haciendo chistes, seguramente, porque veo que junto a otros chicos se ríe, me mira y se ríe. De pronto, me mira de nuevo y le sostengo la vista por un rato. Se lleva una mano a la cabeza, otra al abdomen y empieza a caminar como un chimpancé, sin dejar de mirarme. No entiendo. En realidad si entiendo pero quiero que se acabe. Me molesta. No quiero romperle la cara y tampoco deseo exponerme a que me la rompa. Luis es fuerte. Sería una pelea muy pareja. Luis empieza a caminar en círculos y ya sin ningún tipo de pudor. Muchos aplauden. Sus amigos, los que andan más con él, aplauden. —¡Uh, uh, uh! — se le escucha, imitando el sonido de los monos. No hago caso. Sigo mi camino. Avanzo como hacia el baño. Salgo. Suena la campana que anuncia el fin del descanso. Cuando vamos hacia las aulas, quienes están con Luis ya no solo actúan como idiotas con ese sonidito, sino que le agregan otros: el choque de sus labios que simula una bemba grande, la voz gutural que se asemeja a lo que se oye en una reunión tribal africana, etc. Tras ello, otro que no es Luis, Carlos, se me acerca y sin pensarlo dos veces, como mandado a cumplir una prueba, me dice a la cara: —¡Maaaaa ma! Y repite más largo —Maaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ma. Sé a qué se refiere y seguramente quien lee esto también. Aquella exclamación es, probablemente, una de las más conocidas en el Perú. La dice, como es evidente, el Negro Mama, un personaje famoso creado por el cómico Jorge Benavides a inicios de esa década en la que estoy en mis primeros años de escuela. El Negro Mama, como bien lo dice el nombre, es un hombre negro, adulto, personificado por medio de la práctica del blackface por Benavides y que reúne todos los clichés y los estereotipos que pueden englobar a un negro o un afrodescendiente: provisto de rasgos exagerados, de un caminar lento, una forma de hablar también pausada y una mirada perdida. Además de ello, la caricatura también tiene otros rasgos que se asocian a la pobreza, a la delincuencia, a la pendejada y a una limitada capacidad intelectual. Ese personaje está todos los fines de semana en mi televisión y en la televisión de todos mis amigos. Como dicen que se parece a mí, ellos creen que no hay mejor forma de recordármelo que señalándome y pronunciando su nombre. El Negro Mama, más de una década después, fue señalado como un objeto racista y dividió las opiniones en un país también racista pues mientras para algunos era una creación que afectaba la dignidad y la sensibilidad de un grupo, para otros era solo una cuestión de jocosidad y comedia. Estos últimos, por supuesto, nunca dudaron en tildar y señalar de ‘acomplejados’ y ‘tontos’ a los primeros, a pesar de que en 2010 el Tribunal de Ética de la Sociedad Nacional de Radio y Televisión señaló el evidente racismo del personaje y, tres años más tarde, multó a Frecuencia Latina –canal donde aparecía- con 20 Unidades Impositivas Tributarias por incumplir con la regulación respecto al personaje. Colectivos y organizaciones sociales (entre ellas LUNDU) demandaron, de paso, unas disculpas públicas por parte de la casa televisora y del humorista, pero estas nunca llegaron.
Si ya soy consciente de mi negritud e incluso de mi parcial negritud, pienso que uno no es negro del todo si demuestra educación y talento para otras cosas que no se asocian a la mencionada etnia, pero también lo soy sobre otras cosas: ya no solo soy negro, ahora soy negro, feo, bruto y, quizá, un ladrón en potencia. Ese día, también, a la salida de la escuela, tras los soterrados insultos y las burlas furtivas de quienes están allí, espero que me recojan. A veces me recoge mi abuela, a veces algún tío y a veces mi mamá que tiene que trabajar y por eso no va siempre. Sin embargo, no llega ninguno de ellos, sino mi padre. Mi papá casi nunca va porque el trabajo que tiene no le da tiempo para casi nada, pero por alguna razón ese día está libre y me pasa a buscar. Los chicos se quedan con la boca abierta, paran los ruidos, se van de cara. Mi padre es un hombre blanco. Un hombre blanco y guapo, bien vestido, joven. De treinta y pocos años. Tiene el cabello castaño, los ojos verdes, la piel tersa y las cejas llanas como las mías. Nos saludamos y yo le digo que todo está bien, que ha sido un buen día en la escuela y que me sorprende verlo allí. Cuando me voy, volteo hacia la puerta y veo a los chicos parados pensando qué decir. Yo sé y ellos saben que ese es el inicio de un nuevo orden, de un nuevo paradigma. Ese día me siento idiota por un lado porque sé que soy (para ellos) todo lo negro y feo y tarado que ellos me han dicho que soy, pero también me siento feliz (en mi ingenuidad) porque ahora ellos saben que no soy tan negro. Ese día soy un negro casi blanco y, con ello, entiendo que no sé quién soy y ya no sé cómo nombrarme. Como dijo el comunicador social cartagenero Julio César Márquez Ariza, ese día no tuve referente de comparación y entendí que mi identidad no era mía, que mi cuerpo era un terreno de disputa. Era una hoja en la que los demás decidirían qué escribir. Ese día , y hasta mucho tiempo después, fui todo aquello. (Fragmento del ensayo N.E.G.R.O.: El color de una voz.) Nota: Lundu difunde los artículos de autoría de nuestras invitadas e invitados. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, el pensamiento de la institución. Por Sara Indira R. Zubillaga
Twitter: @algarrobina Desde el activismo en Perú por el derecho al aborto seguro (1) y al cuidado de la salud menstrual (2) veo de cerca operar mecanismos para el control de los cuerpos y los procesos sexuales y reproductivos de las mujeres, las transmasculinidades y las personas de género no binario asignades mujeres al nacer. Tales dispositivos se expresan con profunda deshumanización en todo ámbito de la vida en sociedad. Especialmente en el área del cuidado de la salud, y de la salud sexual y reproductiva de quienes son afroperuanas, indígenas, y racializadas. Un desprecio por nuestra vida que se repite transgeneracionalmente, marcado por la brutal colonización y sus consecuencias hasta la actualidad. Nuestros cuerpos han sido mutilados para fines de un conocimiento que nos es ajeno, al que no podemos acceder por pobreza, marginalidad, exclusión, racismo (3). ¿Quién es quién en el servicio de salud? En la realidad peruana, el cuidado de la salud sexual y reproductiva significa muchas cosas a la vez para quienes lo buscan: un derecho, una necesidad, un tabú, un privilegio, y también un campo de batalla. “Como te ven te tratan”, así se resume la exclusión en cada experiencia. Ese “verte” desde otro que te juzga y examina para decidir si “mereces” un trato humano en el servicio de salud, se relaciona directamente con el “valor social” que se atribuye a las identidades que cruzan a cada persona. En Perú, como efecto de la brutal colonización, las experiencias de discriminación son profundamente diferenciadas. Marcadas por la discriminación y exclusión en el género y poder que se distingue tradicionalmente entre quienes ejercen como proveedores de salud, y quienes acuden por atención al servicio de salud sexual y reproductiva. De este “choque” son las últimas las que llevan la peor parte, ya que el sistema sanitario se amalgama con las prácticas sociales y culturales del racismo y el patriarcado. Todo ello en un escenario en el que quienes son racializadas se constituyen como una otredad dentro de esa otredad que representan las mujeres en su universalidad (4). Este “ser otra”, múltiples veces, es carecer de las capas de poder que permiten sortear, la verticalidad del ámbito biomédico. Es tener diversas historias y marcas socio corporales de etnia/raza, clase, estatus migratorio, edad, sexualidad, etc., y que eso se interprete como el no poder conducirse con capacidad de saber y decidir, porque ocupan -ocupamos- el sitio del objeto de estudio (5). ¿Quiénes nos quedamos sin voz? La violencia obstétrica como una violencia inexistente En la violencia obstétrica (6) hacia las mujeres afroperuanas, indígenas y racializadas se entrecruza el racismo, la misoginia y es parte de la apropiación del cuerpo de las mujeres que se expresa en el abuso, negando capacidad de decidir libremente. La violencia obstétrica (7) es producto de la intersección de la violencia estructural de género y la violencia institucional en salud (Aleman, 2011) y al igual que otras formas de violencia contra las mujeres ha permanecido mucho tiempo invisible, no reconocida. (Al Adib Mendiri, 2017) (9). La violencia obstétrica se sustenta en “el ejercicio del “poder obstétrico”, un poder disciplinario que opera desde la construcción social del género, en un entramado encarnado a su vez desde la raza, la clase y la edad, en el marco de sociedades sexistas” (Ochoa, 2017), como es el caso peruano. A continuación, comparto las voces de mujeres racializadas (10) quienes cuentan su experiencia de atención de salud gineco obstétrica: “La primera vez que fui a un ginecólogo fui sola, y por iniciativa propia y él no me trató bien. Tampoco mal, normal. Así lo verbalicé en su momento porque no fue amable. Ahora sé que, además, no me dio información basada en evidencia y sobre todo fue negligente. Era un centro de salud privado y hasta donde supe ‘aliado’ , pero nada de eso me protegió. Con los años supe que la prescripción de anticonceptivos que me dio, influyó muy negativamente en mi cuerpo, por tener tendencia a desarrollar tumores estrógeno dependientes (11). Él no me preguntó nada, no me miró a la cara, me dio la receta en tres minutos. Yo la consumí sin cuestionamientos ‘ era un médico, seguro sabría’ No. No sabía, no parecía interesarle tampoco.” Mujer adulta (34) afroperuana de Lima “En esa época, yo quería tener más hijos, por eso me esperé , porque me había dicho el médico que tenga a mis hijos antes de que me operen de los miomas, porque de ahí me iban a tener que sacar todo. Y así fue años después, cuando mi hijita tenía 8 años. Lo que no sabía es que de haberme operado antes hubiera podido quedarme con mi útero, era algo que hubiera querido saber, pero nadie me decía nada. Solo me decían que tenía que tener primero mis hijos.” Mujer adulta (55) afroperuana de Lima “Yo fui, y en la puerta de la posta nomás me detuvieron. El de la puerta me hizo muchas preguntas de mala manera. Había demorado horas en llegar, porque Santa Rita está a 2 horas en la Interoceánica . Pero no les importa, te maltratan. Entro al médico, tarde porque me demoraron con todo eso en la puerta, y él me resondra malhumorado, ni cinco minutos me miro, al final yo no volví a la siguiente cita.” Mujer gestante adulta joven (25) de Madre de Dios En todas las experiencias narradas no hay cabida al intercambio entre interlocutores que se encuentran en igualdad de condiciones y que tienen la obligación de dar explicaciones para luego tomar decisiones conjuntas. Si a ello se suman otras características como la edad, hay mayor vulnerabilidad. A ello se añade la revictimización característica en la que toda la responsabilidad recae en “esas mujeres” ya sea por ignorancia o por irresponsabilidad. Analizando con detalle ese universo llamado “las mujeres” veremos que hay diferencias profundas en las dinámicas de exclusión y en los efectos psicológicos que dejan las experiencias de violencia obstétrica, ya que provoca en muchos casos, el rechazo a la atención en salud. Responder a estos escenarios es literalmente vital. Por lo tanto, es una exigencia al Estado y gobierno peruano, así como a su sistema sanitario y quienes prestan servicio. Pero también a la sociedad en su conjunto y que al regirse por prácticas machistas y racistas nos plantea la necesidad de visibilizar la diversidad y recurrencia de situaciones de violencia en el ámbito de la salud sexual y reproductiva. La vigilancia, la visibilización y la denuncia son parte del camino que seguimos recorriendo por la garantía de nuestro derecho a la salud integral. (1) https://porlalibreinformacion.org/ (2) https://www.facebook.com/somosmenstruantes/ (3) ¿Conoces el espéculo? Esta es una herramienta famosa e indispensable en ginecología. Fue creado en su versión moderna por James Marion Sims, un misógino, racista y violento, considerado el padre de la ginecología. Mas información en: https://afrofeminas.com/2019/11/22/ginecologia-moderna-y-experimentacion-con-mujeres-negras/ (4) Las mujeres afroperuanas en comparación a las mujeres blancas y mestizas tienen limitadas oportunidades para el acceso a servicios de salud como consecuencia de la exclusión derivada del racismo, sexismo y las deficiencias en la implementación de un marco regulatorio que combata la discriminación de manera interseccional. (5) No es menor esta dimensión en un territorio como el peruano en el que uno de los peores crímenes perpetrados en la historia de la República se ha dado justamente en los servicios de salud públicos a nivel nacional, por parte de proveedores de salud, contra mujeres en su mayor parte indígenas, racializadas y empobrecidas. A través de una política eugenésica de esterilización forzada que literalmente buscó exterminar la pobreza, a costa de la vida y salud integral de miles de mujeres y hombres indígenas y racializados. Mas información en: www.bbc.com/mundo/noticias/2015/11/151108_esterilizaciones_forzadas_historias_interes_nacional_peru_bm (6) Es común que las mujeres que han sobrevivido violencia obstétrica, además de ser revictimizadas dentro del sistema de atención en salud, sean culpabilizadas por miembros de sus comunidades y familias. En la confrontación entre sus testimonios y el relato institucional, las mujeres tienen –en la mayoría de los casos- una baja probabilidad de ganar. Y esta situación, normalizada e impune, nos revela también el modo en que se construye el conocimiento dentro de ciertos espacios altamente jerarquizados, como lo son los hospitales y centros de salud. (Ochoa, 2017). (7) Para (Gherardi, 2016)la violencia obstétrica puede contener formas de violencia psicológica, que incluye el trato deshumanizado, grosero, burlón, discriminatorio, humillante, ya sea cuando la mujer solicita asesoramiento o requiere atención, o durante el transcurso de una práctica obstétrica. Asimismo, incluye toda conducta, acción u omisión, realizada por personal de la salud, como la omisión de información o la falta de transparencia activa en el deber de informar a la mujer (y/o sus familiares) de un modo comprensible y adecuado —por parte del personal de salud— respecto de las decisiones que se van tomando en el transcurso del cuidado de la salud. (8) Esta manifestación de violencia abarca los procesos de atención del embarazo, parto y puerperio, así como de las mujeres en situación de aborto, salud menstrual, entre otros relacionados. (9) Al Adib Mendiri, 2017. (10) Estos testimonios fueron recogidos en el marco de la compilación de testimonios para el artículo: “Reconociendo el racismo en la violencia obstétrica, reflexiones desde Perú.” (11) El término racializada refiere a alguien que recibe un trato discriminatorio por la desvaloración que la sociedad peruana atribuye a sus características raciales. Nota: Lundu difunde los artículos de autoría de nuestras invitadas e invitados. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, el pensamiento de la institución. Por Luis Torres Montero
Twitter: @Malapalabrero Nos encontramos en las eliminatorias al Mundial de fútbol Qatar 2022, y siguiendo partido tras partido, me puse a reflexionar sobre lo siguiente: que por muchos años (o décadas) se suele normalizar en la prensa deportiva diversos “apodos” a los jugadores de fútbol afroperuanos sin ningún cuestionamiento (si está bien, si está mal, si es correcto…) y ¡oh, abracadabra! descubrimos que esos apodos también encierran un universo simbólico muy cercano y amenazante del habla cotidiana con agresión étnica ¿Es el fútbol un ejemplo integrador entre sus comunicadores deportivos? Gallese, Ramos, Carrillo, son los jugadores nacionales que saltaron al gramado en el estadio de Quito en las Eliminatorias con miras a la Copa América; son los seleccionados afroperuanos que marcaban ese momento futbolístico de la selección peruana. Sufrieron con una goleada propinada por la selección de Colombia, en Lima, y ganaron en Ecuador rumbo a la clasificación de Qatar 2022. Lapadula pasa a Cueva. Gol. Advíncula, gol. Son dioses. El triunfo olvida las distancias, los límites, las diferencias, todos somos hermanos una vez que la pelota cruza el arco. Pero ¿si no es así? La historia de siempre: “negro de mierda”. Olvidado el amor y presente la animalización (analizado y explicado en el Observatorio afroperuano N° 2, pág. 16). Hay apodos y colores Con carga despectiva, según el momento futbolístico, se subrayan moldes de cualidades físicas emparentados con los animales según el fenotipo: puede ser una pantera, culebra, o foca. Los jugadores afroperuanos de la Selección peruana son una colección a la vista y paciencia de la sociedad que pasamos a identificar como una segregación pasiva y nada fina. Y en el Perú es más que en otros países, donde la animalización es menos extendida. Por citar un ejemplo, la agresión que tuvo el futbolista brasileño Neymar en Francia. El central Álvaro González Soberón, del Olimpique de Marsella, fue acusado de llamarlo ‘mono’. Lo negó públicamente, pero el brasileño siguió sosteniendo que fue insultado. Al traerlo a los apodos locales, nos interrogamos ¿Qué diferencia hay, por ejemplo, de llamar ‘mono’ a un jugador a etiquetarlo con ‘culebra’, ‘araña’, ‘foca’? Suenan a asolapadas variantes de un solo centro: la distinción del color y la forma hacia animales más oscuros. Esto no es normado, hasta el momento, por algún organismo de prensa, radio y televisión, y ante esta realidad deberían ser los propios medios deportivos que regulen dichos contenidos en el manual de los principios rectores del periodista deportivo, si es que lo tuviera, en un capítulo sobre la defensa de las poblaciones vulnerables. Divinos y malditos En el llamado deporte rey, según las circunstancias y ánimos sale a relucir lo peor de la intolerancia contenida en siglos de dominación de una zona de poder étnico. Ya sea de cualquier origen, los estratos socioeconómicos no importan cuando se trata de mensajes irradiados por la televisión, cimentados en el fondo del inconsciente que salen de impulsos violentos. Cuando pierden los futbolistas dejan de pertenecer a ese Partenón divino de sus cualidades para pasar a ser el “negro que no piensa pasado las doce” de la decepción. Los futbolistas pasan por agua tibia estos apelativos sin darse cuenta que tiene una carga insultante. La interiorización es lo que viene después, es la normalización del hombre/animal que nos descubre como elementos del insulto. La deshumanización es cuestión de tiempo. El “tenía que ser negro” : “es un negro provenir”, la ambivalencia entro lo malo y lo bueno, el fracaso. Son de los más variados calificativos que se sorteaban (y sortean aún) en titulares de la prensa deportiva y en el habla popular. Pero sin duda, sería bueno reflexionar y sincerar qué hay detrás de estos apelativos. Presentadores deportivos Los términos “animalizantes” están restregados en la literatura de la prensa peruana; está en sus columnistas deportivos, titulares, trascendidos, y hasta en las conversaciones entre comentaristas deportivos radiales o televisivos; hay un aspecto del hombre común que cree que el ser criollo es auparse en la etnia para saltar hacia la comicidad. En la televisión normalizan estas chapas o apodos, vean por ejemplo cualquier encuentro entre Philip Butters y Elejalder Godos, para comprobar que uno acomete con ‘cariño’ señalizaciones de color mientras que el otro se ofende cuando le dicen ‘zambo’. Rugidos de pantera de intolerancia Carlos Cáceda, el arquero del FBC Melgar que resguarda el puesto de Luis Gallese en la bicolor tiene el apodo que remite a la fuerza de un felino de la selva. La interpretación de sus cualidades es fulminante. Es más, dicho apelativo ¿Es por las características de un felino estirándose bajo los tres palos o es por la distinción de la luz en su pelaje, llámese pigmento de piel?. Es el negro el real sentido de la palabra que etiqueta a un jugador afrodescendiente escondido en la esquina del televisor, radio, o periódico. Está claro que el color del animal de una pantera es el principal distintivo en la familia de los félidos. Una araña muy grande Una araña peculiar es peluda, grotesca, grande, esa es la caracterización que le da cierta prensa al arquero titular de la selección peruana, Pedro Gallese, cruzando el límite de lo común: una ‘tarántula’ es la sobredimensión de cualquier arácnido. Es difícil imaginarse una tarántula blanca, mucho menos roja, o naranja. Habría que ver que significa una tarántula en los niños para saber que, más allá de lo inofensivo que pueda ser con la mordedura conlleva el miedo en todos sus aspectos si es que uno la ve cerca y más si eres un infante. La extrañeza de sus formas y los pelos crecidos de sus miembros de este tipo de araña te hacen verlo como una otredad muy extraña, casi monstruosa. Gallese, entre dreadlocks y el talento al sacar balones de gol no se lo merecen. De la animalización a la cosificación Al defensa de la César Vallejo, de Trujillo, Christian Ramos, le llaman ‘la sombra’; ya no es la etiqueta de un animal, ahora es la característica de cualquier cuerpo u objeto frente a la proyección de la luz contra su lado, es decir la atención acapara lo que no es el cuerpo mismo. No hace falta mencionar que este apelativo invisibiliza cualquier posibilidad de rasgos, anulando una individualidad, ni siquiera es un ser viviente, sino la prolongación de uno. Sólo piensenlo. Se arrastra por el suelo ¿Puede una culebra ser el sinónimo de algo positivo? Un animal que se arrastra por el suelo y tiene la mirada amenazante, cercana a la imaginería cristiana como el símbolo del mal; queda en la incertidumbre si es realmente un valor positivo, más aún si es André Carrillo, ex jugador del Alianza Lima y ahora en el fútbol árabe con el Al- Hilal. Su regate, finta, técnica, lo ensalzan y no precisamente por los movimientos al acecho de una presa. Una foquita El caso del apodo de Jefferson Farfán, jugador del Alianza Lima, es heredado de generación en generación, el traslado del relato de la ofensa; es por su tío, también conocido, que lo atraparon también con la ‘chapa’ de un ser marino, que palmotea, pero que además y sobre todo es la zoomorfización de lo ingenuo e inofensivo, porque eso es una foca, o ‘la foquita’, una figura del zoológico o del circo que brinda espectáculo, y el diez, el jugador de la calle, es minimizado por esa sentencia heredada de la familia, como si el racismo y las cadenas aún fueran irrompibles. Prensa peruana, periodistas deportivos en particular: esto lo vemos diariamente si uno se detiene a analizarlos, y encuentra marcados apelativos que legitiman el racismo, desconociendo la lucha diaria de afrodescendientes y diversos colectivos en la región por una sociedad más inclusiva, respetuosa de la diversidad y la interculturalidad, porque de eso se trata justamente la celebración del Bicentenario: un afirmación de todas las sangres en el Perú. Nota: Lundu difunde los artículos de autoría de nuestras invitadas e invitados. Las opiniones vertidas son de exclusiva responsabilidad de sus autores y no representan, necesariamente, el pensamiento de la institución. ![]() Recibimos la colaboración de Luis.R Carrera quien hizo este collage para hacernos recordar aquellas personas afroperuanos que contribuyeron a la historia nacional, algunas de ellas poco conocidas o recordadas. A continuación citamos el texto de nuestro colaborador quien describe su collage: Primera fila, de izquierda a derecha: 1) Francisco Congo, líder del palenque de Huachipa en 1713, símbolo de la resistencia de esclavos en la Colonia. 2) Antonio Oblitas, lugarteniente de Tupac Amaru II en su rebelión de 1780, ejecutó al corregidor Antonio de Arriaga. 3) Micaela Bastidas, esposa de Túpac Amaru II y lideresa de la rebelión, dirigió acciones militares durante el proceso y encargada de la logística de las tropas. 4) José Manuel Valdés, primer médico negro del Perú quien tuvo que plasmar sus dotes para la profesión en una época donde al negro no se le otorgaba cargos de importancia, realizó importantes estudios sobre las enfermedades de la época en Lima y fue además, diputado y firmante del Acta de Independencia. Segunda fila: 5) Alberto Medina Cecilia, grumete de la Guerra del Pacífico, participó en el Combate de Angamos a bordo del Huáscar y fue el más representativo de los batallones de marinos afroperuanos en la campaña marítima. 6) Catalina Buendía de Pecho, heroína de la Guerra del Pacífico, en donde a inicios de la Campaña de La Breña se sacrificó ante los chilenos a través de un veneno que les hizo beber a través de chicha de jora, teniendo que tomarlo también para engañar a los invasores. 7) Pancho Fierro, pintor costumbrista del siglo XIX quien a través de sus acuarelas retrató la vida cotidiana de las clases populares limeñas, en especial de la población afroperuana. 8) Bartola Sancho Dávila, artista de inicios del siglo XX, difundía la marinera y el tondero junto a exponentes como los hermanos Áscuez, convirtiéndose en la primera cajonera del Perú. Tercera fila: 9) Nicomedes Santa Cruz, investigador de la tradición musical de la costa peruana, además de decimista, periodista y escritor. Sus obras conservan la tradición afroperuana de antaño para las futuras generaciones. 10) Victoria Santa Cruz, artista y directora musical difusora y también investigadora de la música y danza negra del país, expresiones que levó a escenarios del exterior. 11) Amador Ballumbrosio, músico chinchano especializado en la difusión de tradiciones como el zapateo y el hatajo de negritos, siendo uno de los más ilustres representantes del arte afroperuano. 12) Guillermo Lobatón Milla, dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) quien durante la guerrilla de Luis De la Puente Uceda (1965-1967) lideró la guerrilla Tupac Amaru. Cuarta fila: 13) José Carlos Luciano, sociólogo limeño que aparte de rescatar la herencia afroperuana propuso el poner frente a la la influencia cultural externa reconociéndonos a nosotros mismos y fortaleciendo nuestra identidad para así hacer frente al racismo y la discriminación. 14) Delia Zamudio, activista y dirigenta política, primera Secretaria General de la CGTP, defensora también de los derechos de la mujer. 15) Fernando Barranzuela, poeta yapaterano especialista en el género de la cumanana, impulsor de la cultura afroperuana de la costa norte. 16) Mirtha Bedón Reyes, docente chalaca creadora de un software educativo para el dictado de clases que le hizo ganar las Palmas Magisteriales en el 2013. |